No toleras esa tristeza, y tampoco luchas.
La falta de identidad nos hace vulnerables al
ataque.
Los gritos, las miradas,
la malnacida fuga de ideas,
vestigios de desfiles que enaltecen al pensamiento y lo hunden en estimulación
sin fin.
La realidad infinita sobrepasa la
superficialidad;
la primavera rapaz, indolente mordedora del pecho escucha cómo la oscuridad
planea sobre la Tierra.
El último grupo de polillitas
evacúa el cadáver de aquel fantasma.
Tras la invocación,
la voz se torna pesadilla irritadora de la paz.
Junto a la chimenea
con ojos de fuego
el sol olvida el atardecer.
Las piernas largas que se desnudaban en tu
alcoba no vuelven,
aunque esté fermentado ese saborcito a piña colada.
Ignoras las alimañas,
sigues con tu conejo misterioso en ambas manos cerradas.
Las cáscaras secas perecen relatando que
orquestarían el vacío del mundo.
Los esferos necesitan terminar su tinta,
¿la letra se aplacará con el silencio o,
acaso la higuera
podrá agarrar fuerza de voluntad a pesar de ser arrancada con malicia?
La mente se somete a la pérdida,
y la pérdida no se somete a las pastillas.
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