Arde en el pecho una hoguera,
y en el escondrijo de la memoria
un manojo de nervios.
El ratón se encachinó aquella noche
para la fiesta de lírica y perfume de sus lirios.
Llega. Bloqueado en la atonicidad
evita respirar. Se atora.
Cruce de miradas fijas.
Se huele el aire en vilo.
Aturdido esfuma esta presencia mía.
Pareciera que se le estrujan las entrañas.
Lo persigo. Se angustia.
Lo carcomo acaloradamente tan dentro de sí
que se persigna del demonio.
El último apretón de pechos siente vacilar su
perfume:
azorado, dulce almizclero,
tierno.
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